Nadie disfruta un ambiente contaminado, no genera bienestar. Por eso estamos dispuestos a gastar más dinero o disponer de más tiempo para explorar un lugar recóndito con la esperanza de encontrar una playa con aguas transparentes, llena de peces y corales, un bosque con diversidad de flora y fauna, un parque sin desechos por doquier, en fin, un espacio natural prístino donde podamos sosegarnos y entrar en contacto con la naturaleza de manera segura. Pero lograr esa meta soñada requiere investigación, conformación de equipos de trabajo con diversidad de talentos, evaluación y diseño de estrategias para comunicar el riesgo de manera efectiva. No son tolerables aquellos movimientos que buscan la confrontación. Tenemos que buscar la paz. Podemos dar información, explicar por qué unas decisiones son mejores que otras, sugerir conductas deseables y diseñar buenos sistemas de incentivos que apoyen esas sugerencias, pero sin intimidación, sin violencia y teniendo en consideración el espacio de libertad personal y la propiedad privada.
Desde el punto de vista religioso, Dios nos hizo libres, tanto, que podemos optar entre el bien y el mal, eso que denominamos "libre albedrío"; y desde el punto de vista humano, en la mayoría de las constituciones del mundo la libertad es un derecho fundamental. De acuerdo con Rawls, 1995, la libertad es un objetivo social de orden superior en vista de que, una vez obtenida, nos permite avanzar hacia otros fines y deseos. Cuando nos falta la libertad, no existe nada que nos satisfaga. Dios nos da libertad plena, pero con el deseo de que elijamos siempre el bien porque nos ama, porque sabe que al elegir el mal, no solo le causamos daño a los demás, sino también, a nosotros mismos.
La libertad está más cerca del autocontrol que de la barbarie. Mientras más educados e informados estemos, seremos más libres. Por esa razón, debemos acostumbrarnos a tener plena conciencia de los impactos positivos y negativos que nuestras actuaciones generan en el entorno. Estamos sedados, adormecidos, como si la destrucción de los espacios naturales no nos importara; nos cuesta organizarnos e incorporar pequeños cambios en nuestra conducta y en nuestra rutina diaria en función de obtener una vida más digna, para nosotros y para las generaciones que heredarán esta Tierra. En general, es muy fácil cometer errores cuando actuamos a ciegas, sin información. En economía decimos que cuanto mayor es la información, la toma de decisiones es más eficiente. Pero también existen aquellos que aún conociendo las consecuencias, se arriesgan, y como estamos hablando de bienes comunes y de espacios naturales compartidos, arriesgan a otros; y lo que es peor, esperan que sean otros los que reparen el daño que están generando, porque cuando no hay propiedad privada y son tantos los que concurren, es como si todos tuviésemos un anillo de Giges, lo único que puede salvarnos es una sana conciencia.
Las buenas decisiones expanden los espacios de decisión, nos hacen más libres; por el contrario, las malas nos restringen hasta el punto de llegar a materializarse: es esa playa contaminada en la que no podemos bañarnos, esa especie extinta de la que no podemos disfrutar, es el agua que tenemos que comprar porque la del grifo no es confiable. Ante las leyes todos tenemos el derecho a disfrutar de un ambiente sano, y para garantizarlo, el estado establece una serie de estándares ambientales basados en criterios científicos cuantificables. Ante Dios y las leyes todos somos iguales, es decir hay equidad, y esto implica que nadie debería ser lesionado por un problema ambiental generado por otro
La libertad exige valores firmes que guíen nuestras decisiones y objetivos. Ser libres implica que debemos restringir el dictámen de los instintos y someternos a la razón. Hay muchas cosas que limitan nuestra libertad: desde el punto de vista físico (hay cosas que los seres humanos no podemos hacer en forma natural, como por ejemplo, vivir en el mar como los peces), legal (estamos restringidos por un cuerpo de leyes y reglamentos que deben ser acatados), económico (tenemos un nivel de ingreso personal que limita nuestras decisiones de consumo), espacio-temporal (no podemos estar en dos lugares a la vez), psicológica (incapacidad mental para tomar decisiones y asumir las consecuencias), religioso (evitar el mal y las actitudes inmorales). Todo el cuerpo de leyes está fundamentado sobre la ética y la moral, implica la búsqueda de la verdad y la justicia para alcanzar el bien común, requiere una organización social que asegure una convivencia pacífica y armónica. Las leyes restringen las actuaciones que nos llevan a lesionar a terceros, porque hacer el bien y buscar la verdad requiere fuerza de voluntad. Pero la promulgación de una ley ambiental no lleva automáticamente a su cumplimiento, porque la ejecución de las leyes ambientales resulta costosa, requiere sistemas de monitoreo y auditoría frecuente, (Field, 1995); sin monitoreo no hay prueba, y sin prueba no hay sanción. La mejor alternativa que tienen los gobiernos es tratar de que los entes privados cumplan la ley en forma voluntaria y reparen cualquier daño que hayan ocasionado a terceros.
Las buenas decisiones expanden los espacios de decisión, nos hacen más libres; por el contrario, las malas nos restringen hasta el punto de llegar a materializarse: es esa playa contaminada en la que no podemos bañarnos, esa especie extinta de la que no podemos disfrutar, es el agua que tenemos que comprar porque la del grifo no es confiable. Ante las leyes todos tenemos el derecho a disfrutar de un ambiente sano, y para garantizarlo, el estado establece una serie de estándares ambientales basados en criterios científicos cuantificables. Ante Dios y las leyes todos somos iguales, es decir hay equidad, y esto implica que nadie debería ser lesionado por un problema ambiental generado por otro
La libertad exige valores firmes que guíen nuestras decisiones y objetivos. Ser libres implica que debemos restringir el dictámen de los instintos y someternos a la razón. Hay muchas cosas que limitan nuestra libertad: desde el punto de vista físico (hay cosas que los seres humanos no podemos hacer en forma natural, como por ejemplo, vivir en el mar como los peces), legal (estamos restringidos por un cuerpo de leyes y reglamentos que deben ser acatados), económico (tenemos un nivel de ingreso personal que limita nuestras decisiones de consumo), espacio-temporal (no podemos estar en dos lugares a la vez), psicológica (incapacidad mental para tomar decisiones y asumir las consecuencias), religioso (evitar el mal y las actitudes inmorales). Todo el cuerpo de leyes está fundamentado sobre la ética y la moral, implica la búsqueda de la verdad y la justicia para alcanzar el bien común, requiere una organización social que asegure una convivencia pacífica y armónica. Las leyes restringen las actuaciones que nos llevan a lesionar a terceros, porque hacer el bien y buscar la verdad requiere fuerza de voluntad. Pero la promulgación de una ley ambiental no lleva automáticamente a su cumplimiento, porque la ejecución de las leyes ambientales resulta costosa, requiere sistemas de monitoreo y auditoría frecuente, (Field, 1995); sin monitoreo no hay prueba, y sin prueba no hay sanción. La mejor alternativa que tienen los gobiernos es tratar de que los entes privados cumplan la ley en forma voluntaria y reparen cualquier daño que hayan ocasionado a terceros.
Esta consciencia ha comenzado a despertarse en el mundo. Cada vez más personas se animan a hacer el cambio y saben que sus pequeños gestos a nivel personal están impulsando cambios a nivel global. Los empresarios han tomado mayor consciencia de las externalidades negativas que generan sus operaciones productivas y están realizando las inversiones correspondientes en tecnologías limpias, al tiempo que han unido esfuerzos con gobiernos, universidades y ONGs, para apoyar estas decisiones con mayor cantidad de información, análisis externos y acciones concretas de prevención y remediación. También están cambiando la forma de relacionarse con las comunidades, siendo más sensibles a sus necesidades, y con el desarrollo de las Tecnologías de Información y Comunicación, mantienen una constante interacción con sus clientes, y esto los ayuda a orientar sus decisiones en función de cubrir las necesidades de sus mercados de manera sostenible.
Si nos atrevemos a catalogar de inmoral el acto de contaminar y abrimos nuestra consciencia a la pérdida de libertad (en cuanto al disfrute de los espacios naturales y el deterioro de la salud) a la que nos dirige, estaremos listos para transitar hacia un mundo más sano, más justo, encaminado hacia el bien y en paz con el resto de las criaturas que lo habitan.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Rawls, John. Teoria de la Justicia. Fondo de Cultura Económica. Segunda edición. México. 1995.
Field, Barry C. Economía Ambiental. Mac Graw Hill. Colombia. 1995.