Río de la Plata

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sábado, 24 de marzo de 2018

Cada minuto para nuestro planeta azul





Dicen que hoy es la hora del planeta, que hay que unirse a hacer esto y aquello en función de detener la tendencia autodestructiva que llevamos dentro. Esta vez no alzaré mi voz para encadenarme a esta falacia. Para mí, el planeta no tiene un día o una hora, tiene toda mi existencia. Cuando realmente amas el entorno que te sostiene, transformas tu vida de tal manera que lo que parece extraordinario pasa a ser cotidiano. Pero vivir la sostenibilidad va más allá de cerrar bien los grifos, reciclar o apagar las luces de las habitaciones vacías, eso es superficial, la respuesta automática luego de haber recibido un mensaje de concientización que no necesariamente está arraigado en la conciencia. La problemática ambiental se encuentra enquistada en el corazón del hombre, y eso lo tuve claro desde el día que leí "Human Dimension of Global Environmental Change", de Daniel Joseph Hogan. Cuando entendamos que el cambio comienza por cada uno de nosotros y que ese cambio necesario va más allá de lo superficial, cuando dejemos de lado el alma de "free riders" que nos habita, esta problemática llegará a su punto de inflexión. Como todo comienza en el corazón del hombre, que se tiñe de negro y convierte todo lo que toca en algo sucio y pestilente, es allí a donde debemos llegar, esa es la conciencia que hay que despertar; porque al final, como dice San Pablo en Corintios 13, vemos al mundo a través de un velo, muy turbiamente, y nuestras mejores decisiones las tomamos con esa información sesgada en mente. ¿Qué nos guía a explotar los recursos más allá de su capacidad de regenerarse, de sus tiempos para crecer y multiplicarse, de su capacidad de absorber y neutralizar los contaminantes y mantener un entorno benigno? ¿Será la avaricia, tema que dio origen a la ciencia económica por aquello de que nuestra insaciabilidad siempre ha forzado los límites de la naturaleza para complacernos? ¿Y qué tal la ira, la soberbia y la envidia destructoras, que nos llevan a levantar las armas unos contra otros? O quizás la gula, que arrasa con bosques enteros para establecer sembradíos, en un intento de satisfacer a obesos y hambrientos, y aún así siempre hay quien muere de inanición como pasa en mí país y en tantos países del mundo. También la pereza, que es una muestra de desamor hacia nosotros mismos y hacia los demás, el no querer hacer las cosas como se deben porque dan más trabajo, porque consumen tiempo que no tenemos, porque estamos inmersos en nuestro líquido amniótico; también se peca por omisión. ¿No son estos los siete pecados capitales? ¿Y no son éstos los más benignos, los fácilmente perdonables? Son esos los que concesivamente se infiltran en nuestras almas y nos empujan hacia el abismo... porque todos vivimos enfermos, con alergias de todo tipo, con cáncer, con estrés y con hastío...¿ No es así? Y todas esas enfermedades se derivan del ambiente que nosotros mismos hemos creado, que nosotros hemos ido destruyendo, día tras día. Por eso no me afilio a la Hora del Planeta, porque lo que nos atañe es algo más profundo. Espero que durante estos días libres nos tomemos unos minutos para reflexionar sobre lo que estamos haciendo con nuestra vida y la vida de los demás, porque al final del día, cambiar nuestros hábitos de vida en pro de la conservación del planeta, pasa por sanar nuestro propio corazón, pasa por abrirnos a la capacidad de amarnos y amar a todos y todo lo que nos rodea.